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Un homenaje a la tradición oral: las cantinas y los bares de mis amigos

 

Al contrario de lo que se aclara en citillas que aparecen en las pantallas de los programas de opinión, sobre todo los de corte deportivo, en las que los patrocinadores se deslindan de lo que opinan los comentaristas, creo por un prurito para no ser demandados, yo por el contrario sí me hago responsable sin mediación alguna de cada una de las palabras que me fueron contadas por los protagonistas de estas historias.

Siempre he tenido aprecio y admiración por la forma como las personas cuentan historias y cómo esas crónicas van pasando de boca en boca, siempre con el condimento personal de quien las retransmite. Bien pueden esos relatos ser amorosos, recuerdos escolares o deportivas. He conocido a grandes narradores, por ejemplo, a Fito Sánchez Rebolledo, quien, si no me equivoco, se dio a la tarea de registrar grabaciones en la sierra de Guerrero con hacedores de sombreros. Otro gran Hablador, como diría Vargas Llosa, fue el inolvidable pelotero veracruzano Mario el Toche Peláez, de quien conservo unas grabaciones y videos sobre el rey de los deportes, que tuve la suerte de producir junto al Abulón Hernández para unos programas televisivos. Inspirado por ellos me atreví a pedirle a algunos amigos que me contaran sus vagancias cantineras, con la condición de que yo no haya compartido con ellos esos lugares y, además, que esas tabernas fueran desconocidas para mí.

Estas travesías irán apareciendo de forma intercala de vez en cuando en estas Vagancias que vienen de voces de varios rumbos y generaciones, de ciudades y barrios distintos y algunas otras de países lejanos. Solo espero no traicionar la manera gozosa en que me fueron transmitidas por sus protagonistas, y que ustedes las gocen tanto como yo cuando las escuché de viva voz, Salud, y prepárense amigos lectores a este viaje de la tradición oral.

La primera historia

Jaime López cuenta, como si entonara una de sus canciones, una historia cantinera singular. Durante la filmación de una película que se rodaba en Ciudad Juárez, a la que habían sido invitados como actores, se conocieron Jaime López y José Rodríguez, mejor conocido como Rolo.

Una de esas tardes que pasaron juntos, su afinado olfato de vagos profesionales los llevó a las puertas de un bar de un nombre que les pareció extraño, se llamaba el Bar Mama, así sin acento; pensaron en ese momento que el nombre tenía una falta de ortografía o, mejor aún, el malicioso de López dijo, que chingón, es un albur, Rolo, vamos pa’dentro.

Entraron por una pequeña puerta y se dirigieron, en ese lugar solitario y casi a oscuras, a ocupar unos sillones que estaban dispuestos como en un gabinete de los viejos trenes, donde los asientos están divididos por una mesa. Sentados cómodamente le pidieron a la única persona que atendía una cuba de Bacardí blanco; era una señora de mediana edad y de complexión robusta la que les sirvió de la manera más extraña e inesperada la cuba pedida.

Les dijo, soy Mama, y de inmediato puso un vaso jaibolero, sirvió en él solamente media onza de ron y lo llenó de Coca-Cola, ante los ojos de Jaime y Rolo que pensaron, qué pinche lugar, qué mal sirven los tragos, sin saber lo que les esperaba. Acto seguido, esta mujer italiana de origen, y que ahora era viuda de un exmilitar gringo de El Paso, Texas, se sentó con ellos y les contó la historia del bar al tiempo que puso la botella de ron sobre la mesa. A partir de ese momento mis amigos percibieron que estaban en un lugar serio e inusual, pues cada sorbo que daban a su bebida, la señora Mama lo reponía con Bacardí hasta dejar el vaso otra vez lleno hasta el borde; es decir, poco a poco el vaso iba teniendo cada vez más ron y menos coca. Esa tarde, aunque parezca increíble, Jaime y Rolo, dos bebedores experimentados, se emborracharon con una sola cuba, ya que el último trago, por la manera de servir de la italiana, era ya puro Bacardí con hielo y una cascarita de limón, y de la coca quedaba apenas un ligero aroma. La cuenta fue testigo irrefutable de esta canción. La nota pagada decía en letras claras: dos cubas, 80 pesos.

Y como se anunciaban en los cines de mi infancia, esperen la próxima “función”, donde conocemos cuatro lugares de España, guiados por un artista.

*Bailarín tropical, apasionado de viajes, bares y cantinas que desean que estas Vagancias semanales sean una bocanada de oxígeno, un remanso divertido de la cotidianidad.

Un hombre con una guitarra

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Jaime López / Foto cortesía del autor