loader image

 

No era necesario una fiesta para que yo lo supiera

 

Este juego irreverente de palabras, robado del gran poema de José Carlos Becerra que tituló La Venta, en su libro El otoño recorre las islas [1], dio pie para recordarme que uno crece y se vuelve mayor. A mi edad ya no me gustan las fiestas tumultuarias, excepto cuando se festeja a los amigos y las comadres en sus cumpleaños, y cuando uno vive el cariño de sus familiares y amigos que los festejan.

Quiero hablar de las que me inhiben con sus mesas llenas de personas desconocidas, perfectamente acomodadas y distribuidas según alguna lógica que nunca entiendo. No puedo con los festejos prefabricados, con protocolos comandados por un “organizador profesional” que hace creer a los invitados que lo que propone es diversión.

Ahora prefiero reuniones poco concurridas, pero llenas de amigos. Cuando mis sobrenombres definían mi espíritu fiestero, era conocido en México como el Reventón Hernández y en España como el Vendaval. Me gustaban esas fiestas, incluso me colaba en algunas donde no había sido invitado. Pero como decía el famoso diálogo de Fernando Soler y Joaquín Pardavé, “Ay, qué tiempos aquellos, señor don Simón”.

A pesar de saber que he sido invitado con cariño y que se me recibe con gusto, enfrentarme a un escenario de mesas coronadas con un número a manera de florero altera mis nervios, por la posibilidad de equivocarme al sentarme. Y pienso en la mala suerte, que me persigue en esos convivios, y me puede llevar a estar con las personas más aburridas de la fiesta.

Ahora que, como dice el poema Canas, de mi amigo Luis Miguel Aguilar:

“Desde el espejo

Me ha saltado a las cejas

Un polvo de años.”

Me niego a bailar la Macarena u otras danzas colectivas prefabricadas. Mi neurosis pacientemente cultivada por años me ordena rechazar los aperitivos servidos en caballitos hechos de pepino, y probar las botanas salidas de un manual de la imaginación de un organizador de fiestas.

Intento estar el menos tiempo posible en esas comidas o cenas, sin embargo debo confesar que mi amigo el whisky muchas veces me ha obligado a quedarme más tiempo de lo esperado, incluso sus magníficos efectos han derrotado mis malas vibras y algunas veces hasta nuevas amistades momentáneas construí con su apoyo.

Algunas cosas he aprendido en esas andanzas con extraños, de las cuales me permito ofrecer algunos tips para no pasarla mal en estas fiestas masivas.

Si en la conversación de tu mesa aparece el nombre de un escritor, un libro o una película de moda, de inmediato debes decir que no lo conoces, o que no has visto el film y en segundos subrayar que te disculpen, porque no te gusta leer y menos ir al cine.

Si el tema es el fútbol, inmediatamente llevar la conversación a otros deportes, y recomiendo como alternativa hablar de canotaje o de polo.

Si de ciudades del mundo se trata, Afganistán es un buen tema para terminar la conversación; lo mismo si hablan del invento de pacotilla de los pueblos mágicos de México, debes llevar la plática a las cantinas de su barrio, que son más mágicas que cualquier pueblito.

Por supuesto, si el tema es la política, inmediatamente hay que fingir un problema estomacal y con esa disculpa ir al baño; regresar cuando menos media hora después.

Ahora bien, si se habla de relojes o autos de lujo, sin disculparte retírate de la mesa y busca otra, como si conocieras a los comensales de otro grupo.

Se recomienda llevar un sombreo para que, a la hora de repartir esos ridículos gorritos, un pueda defenderse diciendo “no, gracias, yo traigo el mío”.

Por último, nunca intentes despedirte de nadie antes de retirarte de esas fiestas. Haz como si fueras a buscar otra copa, ponte tu saco o chamarra fingiendo que tienes frío y con estilo busca disimuladamente la puerta de salida. Para confortarte, intenta hablar a algunos amigos de verdad y si están disponibles ve a su encuentro de inmediato.

Queridos lectores, espero no encontrármelos en ninguna fiesta a menos que sea de amigos.

[1] “No era necesaria una nueva acometida de la soledad Para que lo supiera”. Del poema Blues de José Carlos Becerra en su obre poética 1961-1970: El otoño recorre las islas, publicado por Ediciones Era y la UAM en 1973.

*Bailarín tropical, apasionado de viajes, bares y cantinas que desea que estas Vagancias sabatinas sean una bocanada de oxígeno, un remanso divertido de la cotidianidad.

Imagen que contiene interior, alimentos, pequeño, tabla

Descripción generada automáticamente

Ilustración cortesía del autor