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Juan Antonio Siller Camacho y Marie Regina Siller Boucher

La travesía continuó su rumbo con viento en popa cruzando en el Galeón la costa sur de Honduras, por el Golfo de Fonseca. Este golfo es uno de los mejores y más estratégicos puertos naturales del mundo, un entrante protegido en la costa del Pacífico que es compartido por tres países centroamericanos: limita al sur con Nicaragua, Honduras, y El Salvador. Está constituido por un archipiélago de islas de origen volcánico, dentro de las cuales se encuentra Amapala, también conocida como la Isla del Tigre, en la que desembarcamos. Es una pequeña isla de 76 km2, ubicada justo en medio del Golfo de Fonseca. Existen dos teorías que giran en torno a su nombre, la primera es que proviene de la palabra Tecuantepetl, que significa “Cerro del Jaguar”. La segunda es que al tratarse de un lugar que fue refugio de piratas, se cree que se le llamó Isla del Tigre precisamente por el sobrenombre del pirata inglés Francis Drake. Navegante que en el siglo XVI fue el segundo en darle la vuelta al mundo, alrededor de cincuenta años después de la primera circunnavegación de la Tierra, realizada por Magallanes y Elcano en los años 1519 a 1522.

A pesar de las leyendas isleñas, Francis Drake jamás estuvo en la isla pues existe documentación proveniente de la Sociedad Geográfica del Pacífico que refutó la presencia de Drake en el Golfo y su paso por la isla a la cual se le atribuye su nombre. No obstante, sí existen registros de presencia y actividad pirata alrededor de la isla, por mencionar a algunos como Edward Davies, John Eaton, William Knight, Peter Harris, François Groignet, Pierre Le Picard y sobre todo a William Dampier, quien, en su segunda vuelta al mundo a principios del siglo XVIII, menciona a Amapala en la portada de su libro “Voyage Round the World”. Viaje en el que la Isla del Tigre figura como referencia en uno de los primeros mapas más famosos de los viajes marítimos alrededor del mundo, además de que también fue capital de Honduras en 1876 y por mucho tiempo, el puerto más importante entre México y Perú. Lo que históricamente hablando vuelve a la ciudad de Amapala o Isla del Tigre en un sitio de acontecimientos memorables. Dentro de las curiosidades de esta isla de mitos y realidades, se sabe que a inicios del siglo XX familias alemanas e italianas de gran alcurnia atraídas por uno de los puertos más importantes del pacífico latinoamericano, se instalaron en la isla y establecieron comercios marítimos propiciando un gran desarrollo económico en la zona. Más tarde debido a las guerras mundiales y decisiones políticas, esta comunidad de familias adineradas dejó la región. Algunos incluso cuentan que el propio Einstein visitó la isla en uno de sus viajes con su esposa a bordo del crucero MS Portland en 1931, ya que existe una postal que el propio Einstein envió desde este destino exótico para su mejor amigo, Max Born, también premio nobel en física, en donde escribió: “Amapala, Honduras! Desde allí usted seguramente nunca ha recibido un mensaje.

La población de Amapala se sitúa a las faldas del volcán protagonista de la isla, y desde su cima pudimos divisar los tres países que comparten el golfo. Los atardeceres se pintan de rosadas pinceladas en un horizonte marino de fino oleaje, escenario propicio para imaginar la silueta de algún buque pirata abriéndose camino entre la misteriosa bruma. La arquitectura decimonónica del poblado aún se conserva con algunas edificaciones de madera pintadas en brillantes tonalidades de azul. El único camino de la isla es de dimensión reducida y en ella transitan un gran número de motonetas rojas de pasajeros, surcando los senderos a toda velocidad e inconfundible agilidad. La isla cuenta con una densa vegetación tropical y animales propios, como iguanas, monos y sigilosos venados, que pocas veces se dejan avistar. Todos en la isla se conocen, tanto que al llegar bastó sólo mencionar el nombre de la maestra de jardín de niños que nos hospedaría y nuestro conductor supo perfectamente llevarnos hasta nuestro destino. Pudimos conocer la amabilidad de sus pobladores, los amapalinos, que nos transportaron a los miradores y playas circundantes y que sin duda gozan de vidas muy tranquilas en su preciosa isla.

Después de una ensoñada estancia isleña volvimos cual piratas a nuestra nave, listos para seguir navegando por la ruta panamericana hasta nuestra siguiente frontera que nos aguardaba en El Salvador…

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