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Juan Antonio Siller Camacho

Marie Regina Siller Boucher

El ingreso a El Salvador lo hicimos con éxito en la frontera El Amatillo, y bajamos al sur hasta el departamento y bahía La Unión, una de las tres bahías que conforman el paisaje de la costa del Golfo de Fonseca, ahora del lado salvadoreño. Lo primero que hicimos al llegar fue una excursión a la Reserva Natural Volcán Conchagua, en su cima se ubica el mirador más impresionante del país, llamado El Espíritu de la Montaña. El ascenso se realiza en un camión equipado y todo terreno, ya que el camino es de fuerte pendiente y muy quebrado. Se atraviesa por una selva baja caducifolia y conforme a los cambios de altitud, la vegetación se transforma hasta convertirse en un bosque de encinos y pinos. El entorno paisajístico constituye un escenario tropical de volcanes rodeados de plantaciones de café y bananos.

Desde el campamento en la cima del Conchagua se divisa el Golfo de Fonseca en toda su extensión, y entre las múltiples islas, se dibuja nuestra conocida Isla del Tigre, donde habíamos estado el día anterior, mirándose ahora pequeña en escala, en medio de la entrada del océano Pacífico. Disfrutamos del panorama escénico desde las alturas y hacia el ocaso descendimos porque nos aguardaba El Dragón, el más famoso restaurante chino de la localidad. El dueño es el propietario del servicio turístico del mirador y nos ofreció atracar nuestra embarcación con ruedas en el estacionamiento de su restaurante. Celebramos entonces nuestra llegada a El Salvador con una cena oriental y por la noche descansamos en nuestros camarotes de la furgoneta. 

Por la mañana partimos a una de las playas salvadoreñas más hermosas, playa Tamarindo. Este oasis se caracteriza por no tener ninguna infraestructura turística, únicamente un pequeño poblado cercano. La playa se extiende en ambos sentidos del horizonte casi infinito, con una arena clara y un oleaje atenuado y limitado por una pequeña caleta que resguarda la playa del mar abierto. Tras nuestra pausa matutina de playa, continuamos la navegación terrestre bordeando la costa del Pacíficounos 150 kilómetros hasta La Libertad, y con un rosa atardecer dándonos la bienvenida en la popular playa El Tunco, región conocida como el Surf City de El Salvador.  

Visitamos a un amigo arqueólogo, de los pocos que existen en el país, pues la carrera de arqueología no es muy solicitada. Agustín tiene un bar de playa contemática pirata muy concurrido por los surfistas del lugar, llamado “Michela”, refugio ideal para cantar karaoke y conocer todo tipo de personajes que acuden cada noche. En medio de su bar pirata platicamosacerca de su investigación sobre Xipe Tótec, también llamado “nuestro señor el desollado”, deidad de la vida, muerte y resurrección de la cultura mexica. Este dios está vinculado con la agricultura y la fertilidad, así como la guerra y el sacrificio, por lo que los ritos con que era venerado implicaban el sacrificio de la víctima. Simbólicamente el desollamiento significa la renovación: el despojarse de lo viejo para renovarse como lo hace la tierra, que muda de pieles para adquirir nuevas vegetaciones. Xipe Tótec, representado a través de cerámica, talla en piedra y códices, es una deidad originaria del altiplano de México, que, a través de migraciones de grupos prehispánicos, se hizo presente hasta la región centroamericana. 

No nos fuimos de El Salvador sin antes visitar el sitio arqueológico Joya de Cerén, también conocido como la Pompeya de América. Fue recubierta por ceniza volcánica, durante la explosión del volcán Loma Caldera hace 1.400 años, forzando a sus pobladores a abandonar el sitio y dejar todo en su lugar de emplazamiento original. Gracias a este acontecimiento hoy en día se conserva intacto, lo que lo vuelve uno de los sitios arqueológicos más importantes de Mesoamérica, porque a manera de cápsula del tiempo, muestra los restos de la aldea prehispánica mejor preservada de toda la región, evidenciando los cultivos, herramientas y viviendas de sus pobladores. Joya de Cerén, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1993, y actualmente la embajada francesa realizó trabajos de restauración y mantenimiento del sitio y su museo. 

A la mañana siguiente los surfistas piratas nos dieron la despedida para retomar el viaje que continuaríahasta la frontera sur de Guatemala…

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