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Crónicas morelenses.


Por Héctor Rosales
La temporada navideña en México se caracteriza por una atmósfera emotiva que se combina con la inducción al consumismo. En lo religioso, la mayoría católica combina las formas comerciales de la celebración, el arbolito y Santa Claus, con la tradición de los nacimientos y los Reyes Magos. Del 16 al 24 de diciembre se realizan las posadas, para recordar a los santos peregrinos, tomar ponche de frutas y romper piñatas. También esta es la temporada ideal para llevar a escena las pastorelas, obras de teatro con personajes tipo como Gila, Bato, Bartolo, Fileno y Celfa, diablos, ángeles, José y María.
En esta ocasión comparto la experiencia de haber participado en la pastorela “La Caja Misteriosa”, original de Dante del Castillo, realizada para inaugurar el Forito Casa de Espiral, en la zona norte de la ciudad de Cuernavaca. El teatro me ha interesado desde hace veinte años como una de las expresiones artísticas más interesantes porque ofrece una tratamiento ético y estético sobre la vida social a lo largo de la historia y, en particular, desde la segunda mitad del siglo XX el teatro ha tenido la sensibilidad para llevar a escena los conflictos de las sociedades contemporáneas.
Mi acercamiento al teatro ha sido como lector de obras dramáticas y ensayos, además de espectador de teatro mexicano y latinoamericano. Por respeto a las actrices y actores que se han formado para salir a escena y también por un cierto temor a la tercera llamada, nunca había participado como actor. Por cierto, sí tengo una trayectoria en el campo del performance. Para preparar La Caja Misteriosa se realizaron cuatro sesiones vía zoom, porque las y los participantes estábamos en diferentes lugares. La primera lectura nos permitió familiarizarnos con el texto. Poco a poco, la directora nos fue pidiendo que pusiéramos intención y expresión en nuestras palabras, en las últimas sesiones también integramos el movimiento de los cuerpos. Poco a poco, se acercaba la fecha de la representación. Acordamos vernos para hacer un ensayo técnico previo a la función.
El sábado 17 de diciembre a las cuatro de la tarde por fin pudimos reconocer al elenco de manera presencial, además de observar el espacio, los movimientos, las entradas y salidas. Muy pronto llegó la oscuridad y nos aproximamos a la hora de la función, programada para las siete de la noche. Ya no había marcha atrás, en unos minutos había que salir a escena a experimentar emociones nuevas.
La obra inicia con el trabajo escénico de los actores experimentados que juegan a ser Satán y “Pobre diablo”. Las primeras risas del público son un alivio, porque indican que la obra está logrando llegar. En mi papel de Bartolo me corresponde entrar con Celfa y Fileno. Los diálogos y acciones fluyen como fueron ensayadas. Salimos para que Gila y Bato hagan su parte. La emoción del actor que se prepara para regresar a escena es una experiencia nueva, hay una energía que se siente en el cuerpo porque en el teatro se muestran historias, de manera viva y verdadera. Mientras dura la función estamos concentrados en un objetivo común, no hay lugar para distracciones. Valoro el trabajo en equipo, cada participante aporta su voz y su presencia. La fábula de esta pastorela gira en torno a una caja dorada que está en escena desde el inicio. El “pobre diablo”, pequeña alma en pena, con cierta dosis de inocencia y mucho de curiosidad, en contra de las órdenes de Satán, abrirá un “poquito” la tapa de la caja, de donde saldrá el Espíritu de la Luz, para guiar a los pastores hacia el portal de Belén donde nacerá el Niño Dios, para traer esperanza y paz para todo el mundo.
En las pastorelas, hay un modelo de narración arquetípico, donde un grupo de pastores reciben el mensaje de que algo maravilloso va a ocurrir y guiados por una estrella llegarán a Belén, a celebrar el nacimiento maravilloso de Jesús el salvador. En el camino, Satán y sus aliados van a tentar a los pastores con los pecados capitales de la gula, la lujuria, la pereza, el egoísmo, la soberbia, la ira y la envidia. Después de múltiples peripecias, las pastoras y los pastores, con la ayuda de algunos aliados, que pueden ser ángeles o personas sabias lograr vencer los obstáculos alcanzar su meta. Se cumple así un episodio más de la lucha entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad. El final feliz está acompañado de un mensaje de esperanza.
Salir a escena, participar como actor, así sea en un papel humilde, es una experiencia formativa muy valiosa, porque nos hace sentir parte de un proyecto colectivo y nos deja la satisfacción de haber participado como parte de una cultura comunitaria viva que puede compartirse y recrearse en el presente.

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