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(Segunda parte)

H. Alexander Mejía García

La vivienda está enfrentando la justa reclamación de un derecho social de la clase trabajadora, el derecho a una vivienda digna, contra la voluntad de los actores oligárquicos de enriquecerse a costa de lo que ellos consideran únicamente como un bien de mercado. La idea de “si puedes pagarlo, es para ti. Y si no puedes, pasa de largo y no asustes a mis posibles clientes”. Derivando inevitablemente en alza en los costes de vida y renta, en la gentrificación de comunidades enteras y espacios habitacionales tradicionalmente populares, así como el desplazamiento de la población con ingresos menores como para pagar rentas dirigidas a un público extranjero. Ya hace algunos años que nomadismo digital ha hecho su aparición en México y los desplazamientos han comenzado.

En el peor de los casos, las comunidades que inician el proceso de gentrificación, sufren la conversión de la vida de su pueblo en una mera escenografía de folklore turístico para gente rica, tiendas “gourmet”, hoteles de “gran lujo”, residencias de millonarios que expulsan a los pobladores originarios hacia la periferia, atentando contra la vida comunitaria, la cultura y aumentando los precios de todos los bienes y servicios. Como ejemplo podemos mencionar a Tepoztlán, Valle de Bravo o San Miguel de Allende, donde los costes vida en el centro de las comunidades ahora son inaccesibles para los habitantes nativos.

Para concebir el impacto de la estrategia implementada por el régimen neoliberal en torno al acceso a la vivienda y trabajos bien remunerados y cómo afecta a la clase trabajadora, debemos entender que uno de los éxitos entre comillas de ese sistema ha sido conseguir que el trabajador se sienta culpable de su realidad ya que no ha sido capaz de triunfar. Desde esa óptica si no has triunfado es tú eres es el responsable, esta sociedad da “oportunidades” a todo el mundo.

Entonces el asalariado, el trabajador se echa encima la responsabilidad de su situación en lugar de cuestionar el sistema económico que solo da oportunidades a quienes poseen el privilegio del capital económico como para comprar una casa, aquellos que se valen de los vacíos legales en contra del trabajador y cuentan con las relaciones personales/familiares entre elites oligárquicas. En los casos más extremos el trabajador precarizado comienza a buscar culpables entre los miembros de su estrato social o en los inmigrantes. Aunque en cierta medida en el sistema neoliberal hay bienes de consumo más accesibles, la generación más joven, a la que pertenezco, tenemos menos recursos para “ingresar” en el estilo de vida consumista; especialmente en los artículos de etiqueta, la vivienda, los muebles y el transporte. Debido a la falta de seguridad en el empleo.

Por otra parte, la mayoría de los trabajadores de la generación anterior a la mía, tienen un fuerte sentimiento de que se “sacrificaron” para dar a sus hijos lo que ellos no tuvieron, al crecer en condiciones más precarias. La ironía es que como padres esperaban que, con ingresos añadidos, más educación y un ambiente de familia estable, los hijos consiguieran más, y alcanzarían un estatus más alto que el de ellos, así como empleos mejor pagados. En lugar de eso, los hijos de los trabajadores no pueden lograr ni siquiera el nivel de seguridad e ingresos de sus padres.

La gran paradoja del último cuarto del siglo XX y de principios del XXI es que las mayores inversiones de la familia en los hijos no pudieron contrarrestar los efectos retrógrados del sistema neoliberal, lo cual ha tenido como resultado una tendencia general a la movilidad económica decreciente. Las oportunidades de los jóvenes de alcanzar unos ingresos de clase media a los 30 años están disminuyendo. Mientras que el 60% de aquéllos que cumplían los 30 antes de 1989 lo conseguían con menos dificultad, los números van en descenso desde entonces y cada vez menos personas logran una movilidad social ascendente.