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Jessica Rivera Hamed

Hace unos días en twitter encontré unos comentarios sobre el cabello alaciado de Claudia Sheinbaum, y de su negación a la melena afro. Recordé las veces que me he alaciado el cabello y lo rara que me hace sentir. Pero también recordé los llantos en los salones de «belleza» desde niña y las tres o cuatro veces que me cambiaba el peinado en las fiestas, siempre incómoda deseando ser lacia.

Mucho tiempo pensé que lo que sucedía, era que las personas «en general» nunca nos sentimos a gusto con lo que somos, recuerdo mucho el «la lacia quiere ser china y la china lacia». En ese tiempo no era consciente de que en la estética, la mayoría de los peinados en los posters y los libros de corte eran para cabello rubio y lacio, entonces, el peinado que me gustaba jamás me iba a quedar. Y todo esto lo digo desde la situación de privilegio en que me coloca mi color de piel, pero ¿la tendencia a alaciar nuestros cabellos rebeldes es un estereotipo racista? Sí.

El racismo no es personal sino estructural, apunta Medhin Tewolde en su documental Negra, un recorrido testimonial y poético que retrata la realidad de mujeres afrodescendientes y las experiencias racistas que han vivido desde niñas.

“Tenía por ahí siete años cuando por primera vez alguien en la calle me llamó “negra”. Volteé a ver a quién llamaban hasta que entendí que era a mi. Ese día supe que yo era negra, y las risas de alrededor me hicieron ver que quizás no era algo bueno…” relata ella misma.

Recordé a la enorme Victoria Santa Cruz cuya voz retumba en nuestros corazones:

De pronto unas voces en la calle

Me gritaron ¡Negra!

¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!

¿Soy acaso negra? – me dije

¡SÍ!

¿Qué cosa es ser negra?

¡Negra!

Y yo no sabía la triste verdad que aquello escondía.

Medhin Tewolde nos lanza la pregunta, ¿cómo se trasciende una experiencia racista? Y es que el racismo está tan interiorizado en el imaginario colectivo que aún normalizamos expresiones como «está bien bonito, es güerito y de ojos claros» o, “el niño es morenito pero muy guapo”.

Otra cineasta que ha decidido documentar la vida de mujeres afro en México es Mónica Morales, quien se encontró con el movimiento de pueblos negros a los 19 años y ahora integra el colectivo Ñaa’ tunda (mujer negra).

Cuando Mónica empieza a reivindicarse negra, su familia le refutó, «eres Indígena, no negra» nadie quiere ser negro porque eso significa descender de personas que fueron esclavizadas, pero ella se mira y reafirma, yo soy más afro, yo soy negra.

Por primera vez en México, la Encuesta Intercensal 2015 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) incluye en sus estadísticas a la población que se considera afrodescendiente en México. Para el 2020, en México ya vivían 2,576,213 personas que se reconocen como afromexicanas y que representan el 2% de la población total del país.

Y es que, antes de que me dediquen la icónica frase encumbrada por la trabajadora sexual y militante antirracista argentina Rebe López cállate blanca, concluyo compartiendo que a propósito del Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente, el Instituto Nacional de las Mujeres y el Instituto Mexicano de Cinematografía impulsaron a nivel nacional la muestra Mujeres Afrolatinas: voces de acción y resistencia, que actualmente está en el Cine Morelos gracias a las gestiones del Instituto de la Mujer en el estado y que podrán encontrar en la plataforma de FilminLatino de manera gratuita hasta el 31 de julio.

Un hombre con la mano en la boca

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